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De Macondo a la Sombra de Pedraza: El Realismo Visceral de Juan Manuel Parada. Por David Figueroa González.

«La tierra tenía memoria,

y guardaba en sus entrañas

el eco de todas las voces»

Gabriel García Márquez

Siempre sentí una conexión mágica con la novela Cien años de soledad, del gran Gabriel García Márquez, fue una especie de amor a primera lectura, y desde esa primera vez ya perdí la cuenta de cuántas veces me he dejado acariciar los dedos por las páginas de esa obra, en tal sentido podría decir qué, la sombra alargada de Macondo es ineludible en cualquier narrativa latinoamericana que se enfrente a los demonios de la explotación, la violencia y la memoria. El primer movimiento de “La Invasión y otros breves movimientos”, de Juan Manuel Parada, no es la excepción; es, más bien, una respuesta deliberada y actualizada al legado de Gabriel García Márquez. Si en Cien años de soledad la Compañía Bananera representa la llegada de un capitalismo depredador y abstracto que culmina en una masacre mitificada, en La Invasión este conflicto se personaliza, se interioriza y se despoja de su velo mágico para mostrar la herida aún abierta del latifundio contemporáneo.

En Macondo, la huelga es un evento colectivo y casi onírico. La masacre posterior es negada por las autoridades con la frase emblemática: “No ha pasado nada en Macondo”. La violencia es tan monumental que se vuelve irreal, un fantasma colectivo que sólo José Arcadio Segundo atestigua. La estrategia de García Márquez es la de la negación poética, donde el horror se sublima en leyenda. Parada, en cambio, opta por un realismo visceral que recuerda más a la crudeza de Juan Rulfo en Pedro Páramo, donde la opresión también tiene nombre propio. Su “compañía bananera” tiene el rostro concreto de Pedraza, el latifundista que es “dueño de las tierras, los ríos, la vida y la muerte”. La opresión no es un sistema anónimo, sino una relación personal y odiada. La muerte de Elías no es una masacre épica y negada, sino un acto concreto y desgarrador: “Un disparo en la espalda lo había derribado y ahora yace sobre su sangre. Abre los ojos y ve a Pedraza, con esos bigotes espesos, mirándole desde arriba”. Parada desmitifica la violencia; la muestra en su crudeza más terrenal, sin trenes que se lleven a los muertos, solo con la tierra seca absorbiendo la sangre.

Este contraste se extiende a la representación de la resistencia. Los trabajadores de Macondo son una masa que estalla en una huelga casi fática. Sus descendientes en la llanura de Parada son Elías, Calistra y Zapata, personajes con una profundidad psicológica que sus predecesores míticos no necesitaban. Ellos no son arquetipos puros; son individuos cuyas motivaciones se hunden en el dolor personal. Como los campesinos de Roa Bastos en Hijo de hombre, su lucha está encarnada en el cuerpo y la memoria. La de Elías, por ejemplo, se nutre del recuerdo de un padre sumiso: “Nunca entendió cómo pudo aguantar tanto, tan sumiso, tan que se dejó robar la vida”. Su lucha no es solo contra un sistema, sino contra el fantasma de la herencia familiar de derrota.

Incluso el elemento mítico se transforma. En Macondo, el mito es un velo que cubre la realidad. En la llanura de Parada, el mito es un arma de resistencia fabricada conscientemente. La cobardía de Numas es transformada por la comunidad en la épica de “aquel hombre y su cuchillo”. Esta no es una distorsión mágica de la realidad, sino un mecanismo psicológico colectivo para sobrevivir a la derrota. La necesidad de creer en un héroe es más fuerte que la verdad de los hechos. Parada muestra que, cuando la historia oficial te borra, tu única trinchera es la memoria inventada, una memoria que, aunque falsa, posee una verdad psicológica más poderosa, tal como ocurre con los mitos populares que rescata Miguel Ángel Asturias en sus leyendas guatemaltecas.

Así, el primer movimiento de La Invasión establece su diálogo con la tradición: toma la gran metáfora marqueziana de la explotación y, en lugar de repetirla, la lleva a un terreno más áspero y psicológico. Nos dice que la compañía bananera no desapareció; sólo se encarnó en el patrón de finca, y la lucha ya no es por un sueño colectivo y abstracto, sino por la parcela concreta, el rancho propio, el derecho a enterrar a los tuyos en tu tierra. Es la misma lucha, contada cien años después, con menos magia y más barro, con menos destino y más conciencia.

Si el primer movimiento establece el conflicto externo (la invasión de la tierra), a partir del segundo, Parada ejecuta un giro maestro: la invasión se internaliza, colonizando la psique de sus personajes. El análisis literario y el psicoliterario se vuelven inseparables, pues la estructura de la obra y la psicología de sus habitantes son dos caras de la misma moneda de la desolación.

El Segundo Movimiento funciona como un psicoanálisis del poder y sus víctimas. Literariamente, Parada abandona la perspectiva campesina para adoptar la de los opresores (“El rastro del General”) y el origen del trauma (“Las huellas del hambre” de Calistra). Psicoliterariamente, esto le permite explorar las patologías que genera el abuso de poder. El General no es un villano unidimensional; es un viejo incontinente, atormentado por un “rastro viscoso” de sangre que es la materialización de su culpa inconsciente. Su poder se ha vuelto una jaula. Su monólogo recuerda al de algunos dictadores en las novelas de Mario Vargas Llosa, pero llevado a una decrepitud más íntima: “Ahora, con el pañal repleto de mierda y las piernas orinadas, se pegaría un balazo justo al lado de la oreja. Porque un general como él debía morir con honor”. La brecha entre su delirio de honor y su realidad decadente es el núcleo de su tragedia psicológica.

Vacili, en “Réquiem para una venganza”, es la personificación del síndrome del traidor, un arquetipo que también exploró Jorge Luis Borges en “Tema del traidor y del héroe”. Su sadismo es un mecanismo de defensa para no enfrentar la vacuidad de su propia existencia después de haber vendido sus ideales. Literariamente, su historia es una reflexión sobre la moral y la traición; psicoliterariamente, es un caso de estudio sobre cómo la culpa se externaliza en violencia hacia los demás. El ritual de los guantes negros antes de torturar es un claro símbolo de esta disociación: “Vacili se quita la chaqueta, con paciencia, y se va colocando unos guantes negros que guardaba en su bolsillo”. Es el hombre que intenta separarse de sus propios actos, creando una barrera simbólica que su psique no puede traspasar.

La joya de este movimiento es el flashback de Calistra, “Las huellas del hambre”. Literariamente, es un relato de formación que explica el origen de su fortaleza moral. Psicoliterariamente, es la crónica del nacimiento de una conciencia ética bajo el acoso de la necesidad. El robo del pan y la sabia reacción de Ña Carmen no son un simple acto de caridad, sino una lección profunda. La frase de Ña Carmen es fundamental: “siempre es mejor ensuciarse el cuerpo y no el alma, porque lo primero se lava con jabón, lo segundo no puede limpiarse”. En este momento, Parada une lo literario y lo psicológico de forma sublime: el símbolo (las huellas en la ceniza) se convierte en la evidencia de un pecado, y el acto de borrarlas, en una metáfora del perdón y la enseñanza que forjarán el carácter inquebrantable de la Calistra adulta, una resiliencia que tiene ecos de la fuerza femenina de los cuentos de Elena Poniatowska.

Así como el Segundo Movimiento realiza una disección psicológica de personajes específicos (el General, Vacili, la niña Calistra), el Tercer Movimiento ejecuta un salto geográfico y existencial. La “invasión” abandona el campo y se internaliza en la psique de los marginados urbanos, demostrando que el conflicto no es solo por la tierra, sino por la dignidad y la identidad en un mundo fragmentado. Literariamente, Parada construye una galería de “monstruos sociales” al borde del abismo, donde la ciudad no es un escenario, sino un estado mental. Psicoliterariamente, cada relato explora una patología de la alienación moderna.

En “Un payaso de hospital”, la narrativa sigue la vergüenza transformada en redención. El estudiante de medicina encarna la crisis de identidad y la baja autoestima de quien se siente un impostor. Psicológicamente, es un viaje desde la humillación social hacia una autenticidad encontrada en el acto de cuidar a otro. El disfraz de payaso, un símbolo de lo ridículo, se vuelve el canal para una conexión humana auténtica. La frase “Me sentí más médico y más humano y con cada sonrisa y mirada alegre más payaso y redimido” cristaliza esta fusión: la máscara permite que emerja el yo auténtico, sanando tanto a la niña herida como al joven avergonzado. Es la invasión de la vergüenza siendo repelida por un acto de amor performático.

Nene Navajas” profundiza en los orígenes de la violencia. Literariamente, es una tragedia urbana. Psicoliterariamente, es un caso de estudio sobre la formación de una identidad criminal. La psique de Nene es un campo de batalla: el abuso de Visitación, el desprecio de su madre, la homofobia internalizada y el fantasma de un padre violento confluyen en una fantasía de poder que no puede ejecutar. Su sueño de convertirse en “Nene Navajas” es un mecanismo de defensa frente a una realidad insoportable. Su muerte no es la de un guerrero, sino la de un niño que, como señala el narrador, “pretendía ser temerario, como Papi. Y te equivocaste, Nene, tu cuerpo era débil y tus maneras delicadas para un acto tan gallardo”. Parada muestra que la violencia urbana no nace de la maldad innata, sino de una cadena de invasiones sucesivas contra el alma de un niño.

Finalmente, “Amor barroco” lleva la psicología de la marginalidad a su expresión más extrema. Parada utiliza la estructura de una historia gótica para explorar la psicología de la deformidad y el amor obsesivo. Greco, un Quasimodo moderno, canaliza toda su humanidad rechazada hacia un amor absoluto por Fani. Su psique ha construido un sistema cerrado donde Fani es el único objeto de sentido. Su violencia final no es un acto de maldad pura, sino el colapso catastrófico de ese sistema ante la amenaza de perder su razón de ser. El amor y la venganza se funden en un acto de posesión desesperada. Parada muestra así que cuando el mundo invade y rechaza un cuerpo, la mente puede refugiarse en una obsesión que, a su vez, se convierte en una nueva prisión.

Este movimiento es esencial porque demuestra que los mecanismos de opresión que actuaban en el campo (Pedraza) tienen un correlato en la ciudad: la indiferencia, la explotación sexual, la violencia callejera y la exclusión social. La lucha ya no es por un pedazo de tierra, sino por un lugar en el mundo, por el derecho a una identidad no fracturada y por un mínimo de reconocimiento humano

Los movimientos Cuarto y Quinto representan la culminación de este proceso de internalización, donde los géneros literarios se disuelven en la alegoría para dar forma a los conflictos psicológicos más profundos.

En el Cuarto Movimiento, el análisis literario debe lidiar con el realismo mágico y lo fantástico, mientras el psicoliterario se adentra en la psique colectiva.

· “Oscar, el gato…”: Literariamente, es una fábula sobre la fe y la razón. Psicoliterariamente, es un estudio sobre el miedo a la muerte y los mecanismos irracionales que una comunidad desarrolla para enfrentarlo. Raúl, el escéptico, no es un héroe racional, sino un chivo expiatorio cuya lucidez es aniquilada por la necesidad colectiva de creer en un talismán. La reacción de la multitud cuando Raúl golpea al gato es el clímax de esta psicosis grupal: “Uno a uno fueron sumando el resto de los pacientes, patadas, golpes, escupitajos”. La razón es linchada por el fanatismo, en una escena que refleja los mecanismos de la turba que ya había explorado William Faulkner en Santuario.

· “Ellas”: Es quizás el relato más puramente psicológico. Literariamente, juega con el doppelgänger, un tema desarrollado por autores como Poe o Dostoyevski. Psicoliterariamente, es una exploración brillante de la pérdida de identidad en relaciones simbióticas. La lucha entre las dos mujeres no es por objetos, sino por la autenticidad del yo. El texto lo expresa con precisión: “odiando que se necesiten para seguir siendo ellas”. Cada una se ha convertido en el espejo odiado de la otra, y su encuentro final es la constatación de que su identidad individual ha muerto, fundida en una danza de reflejos mutuos.

· “Un pecado”: Este relato, un claro homenaje a “El ahogado más hermoso del mundo”, da un giro pesimista. Literariamente, muestra cómo un evento (el suicidio) transforma una comunidad. Psicoliterariamente, ilustra cómo la represión y el aislamiento (la “paz” de Cuzto) son una forma de neurosis colectiva. La llegada de los forasteros y el caos subsiguiente representan el ingreso traumático en el mundo moderno. La transformación del pueblo es descrita con amarga lucidez: “De aquellos domingos silenciosos, sosegados (…) solo queda una ceniza esparcida en la montaña”. Parada sugiere que la «pureza» inicial era una forma de muerte en vida, y la «invasión» del caos, aunque dolorosa, es sinónimo de vida misma, por sórdida que sea.

Finalmente, el Quinto Movimiento condensa toda la obra en fábulas. El análisis literario las muestras como epigramas satíricos. Mientras que el análisis psicoliterario revela que son diagnósticos de las patologías del poder y la sociedad contemporánea.

· “Fosa común” y “Suplemento criminal” exploran la psicología de la desinformación y el morbo. Muestran cómo los medios no sólo informan, sino que generan una realidad distorsionada. El periodista de “Fosa común” actúa “con precisión de sicario”, enterrando la noticia crucial bajo la frivolidad. Es la mente que elige la ceguera cómoda. En “Suplemento criminal”, el pueblo pacífico se convierte en una turba asesina, mostrando que, como en El señor de las moscas de Golding, la barbarie acecha bajo la superficie de cualquier sociedad cuando se estimulan los instintos más bajos.

· “Tu país está feliz” es un brillante estudio de la psicopatología del poder. El millonario Aristimuños no puede tolerar la felicidad porque su identidad se construye sobre el control y la infelicidad de los demás. Su huida es sintomática: “el hombre veía por la ventana la ranchería miserable y las calles angostas a las que no volvería mientras existieran bailes y perdones”. La felicidad colectiva lo invade, lo despoja de su lugar en el mundo y lo obliga a huir. Es la mente autoritaria, similar a los personajes de Bret Easton Ellis, enfrentándose a un sentimiento que no puede controlar ni poseer: la alegría espontánea.

En conclusión, “La Invasión y otros breves movimientos» de Juan Manuel Parada es una obra total que parte de una realidad histórica y social concreta—heredera directa de las luchas narradas por García Márquez, Rulfo y Roa Bastos—para emprender un viaje hacia los paisajes interiores del ser latinoamericano. A través de una estructura que evoluciona del realismo, a un catálogo de patologías urbanas y de ahí a la alegoría pura, Parada demuestra que la invasión más devastadora no es la de la tierra, sino la del miedo, la culpa, la alienación y la pérdida de identidad.

Su obra es un mapa de la psique sitiada, donde lo literario y lo psicológico se funden para mostrar que, en el fondo, las luchas por la tierra, el poder y el amor son distintas facetas de una misma batalla: la batalla por la posesión del yo en un mundo que constantemente intenta invadirlo, disolverlo o aniquilarlo. La Invasión no es solo un libro; es un síntoma y un diagnóstico de la condición humana en tiempos de desgarro permanente, una poderosa voz que se alza desde la llanura para dialogar.

De izquierda a derecha: Jairo Brijaldo, Juan Parada, Iván Cruz, Gabriel Jiménez Emán.

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