La lluvia lo arrincona bajo el toldo de la bodega. Resguarda el porta-casetes detrás de sí porque “Si jodés la mercancía te doy una pela”, Ve la corriente sucia deslizarse a ras de la acera y evoca el barco de papel que le hizo papi aquel domingo bajo el aguacero; luego vino la Judicial y le llenó el pecho de plomos; ahí, delante de él, con esas chaquetas negras abombadas de maldad.
Aborda el barco de papel y zarpa en busca de Papi; Olga queda atrás deseando que una tormenta lo hunda en la otra cuadra. Nene sabe que no lo quiere, ella se lo hubiera sacado como hace ahora cuando engendra con Visitación, su nuevo hombre, su padrastro, pero Papi no la dejó porque “Si lo abortáj te coñaceo”, le dijo levantando un puño.
El gordo que toma cerveza le pregunta por Rubén Blades y luego de regatear le compra uno de los dos que tiene. Con suerte, venderá otro y se salvará de las golpizas que le propina Visitación. Pero tiene un plan y se vengará de él y de todos quienes le joden acusándolo de marica. Cuando compre la navaja, con la plata que lleva ahorrada, esperará a que Visitación le muestre el sexo y deje salir esa voz burlona de entre los pelos de Su bigote “¡Vamos a montale cacho a Olga puej!”, allí, con una sonrisa a medias se le acercará despacio y justo en medio de las piernas le hundirá la fría hojilla. Después, iría por todo el que lo humillara, cortando cuellos, puyando espaldas sería el Nene Navajas y todos le temerían.
De la lluvia solo queda el olor a tierra húmeda y los charcos que Nene brinca mientras calcula las ventas: noventa para Visitación y diez para él: Una malta, dos pecho e’ niña y un ratico pal’ atari. Recrea al sabor de su próximo almuerzo y la boca se le hace una charca como la que brinca cuando se cruza con Mono.
El aguacero te cayó encima cuando dormías en la zanja a orillas de la vía férrea. Aun así, no despertaste. La botella de anís y las ochenta piedras que te fumaste de anoche te dejaron inconsciente. Volviste en ti porque las ganas de fumar invadieron tu sangre y ni siquiera te diste cuenta que estabas empapado, sucio y herido. Sí, Mono, anoche atracaste al tipo que cruzaba el puente volviendo a casa, le diste una golpiza que destrozó su cara, pero en medio del forcejeo te pegó con un alicate. No duele, Mono, aún no, a tu cuerpo no le incomodan esas pequeñeces. Bajas al barrio con las ganas locas de fumar más piedra. Es de día, Mono, sabes que está difícil porque en el barrio pulula gente, las ventanas están abiertas y tu fama es de terror.
Cuando llegues con tu cara roja y ese pelo alborotado, las puertas se cerrarán y quien se te cruce en la calle correrá sobre Su rastro. Además, estás mojado y tienes la frente herida. Metes miedo Mono, das pánico y te complace, aunque no tanto como la piedra… Cuando huiste del reformatorio te hiciste amo de la calle. No naciste en la miseria y lograste fundirte a ella, tu infancia no conoció un barrio, pero te hiciste su rey. Ahora buscas a quien robar para meterte la droga y el destino te compensa, Mono: ahí está el Nene con su tabla de casetes y su rostro afeminado.
Nene maldice cuando lo ve. Siempre le temió, pero ahora se le planta de frente con los puños cerrados y la cara alzada. Algo muy profundo le motiva a enfrentarlo. “Sálvame mariquita que toyengorilao” De vaina tengo pa mí…”, y recibió una patada en el pecho que lo tumbó de espaldas. Allí, encandilado por el sol, vio a Papi haciéndole de caballo, a Visitación contando billetes y a su mamá tras la fila de hombres sin cara. De nuevo Papi abaleado en la calle, y el cable con el que Visitación le pegó porque solo vendió un casete.
Te sientes grande, Mono, excitado de poder. Odias a Nene porque es afeminado, pero piensa, Mono, piensa y recuerda… Cuando estas hasta las metras de drogas sabes cómo te calientas… Recuerda a Nene invadiendo tu mente con su rostro blanco y ojos marrones… Lo imaginas acompañándote hasta más allá del ferrocarril… pero debes
ocultarlo, Mono, por eso le pegas cuando lo ves: “Sálvame mariquita toyengorilao”. El Nene se alza y lo pateas. “Las mariquitas respetan…” y derramas sobre él una lluvia de patadas… porque te ofende sentirte así… y además quieres más piedra.
Cada golpe lo asocia a Olga con sus amantes, o a las burlas de Visitación y su sexo y sus bigotes… Se levanta, aprieta los puños hasta clavarse las uñas en la palma de las manos; sus orejas enrojecen. Desafía al Mono con su mirada.
En las comisuras de tus labios se estampa una sonrisa burlesca, te parece increíble su gallardía. Desenvainas la navaja. Tus ojos saltan de lado a lado en ágiles movimientos, como nerviosos, pero no, Mono, tú no temes, la sangre te exige una dosis. Decides acabar de una vez para buscar al heladero de un solo ojo quien te provee la piedra. El entorno se difumina, solo son tú y el Nene con su cara blanca y ojos de miel.
Es el Nene tirado en el piso con la barriga enchumbada en sangre, la mirada hueca y el bolsillo vacío. La hojilla oxidada del Mono le robó el último intento de valentía en el preciso momento que pretendía ser temerario, como Papi. Y te equivocaste, Nene, tu cuerpo era débil y tus maneras delicadas para un acto tan gallardo… la calle es violenta y la vida frágil. Ahora Olga lame a Visitación esperando que llegues con el dinero, el Mono negocia con el heladero tuerto y el gordo fanático de Rubén Blades, quien vio la riña tras una pared, se acerca donde tú yaces, toma el casete que no pudo comprarte y huye de la escena como buen cristiano, sabiendo que por asomado se puede meter en líos. Sorpresas te da la vida, ay Dios.